viernes, 15 de octubre de 2010

Tempo






Al final del día lo único que nos queda es la intriga detrás de unos ojos que contemplan sombras.
Prefiero la sombra, aquella oscuridad que envasa misticismo:
Por miedo de desnudar la sombra y encontrarme con un rostro.

Miedo a extender la mano y sentir la piel cálida de la imperfección. 
Miedo a escuchar el discurso aquél de la siguiente persona que se llevará mi imaginación. 
Miedo a que el dueño de aquella sombra deje mis fantasías ebrias y dormidas sobre una banqueta, sin saber exactamente cómo es que llegaron ahí. 
Miedo a las trivialidades mundanas que deshidratan la fantasía de pureza, porque después de lo posible, lo imposible deja de ser la prima ballerina de cada mañana. 
Miedo ante el fuego que derrita mi presente y me deslice al caudal de un futuro que aún no quiero conocer. 

Quiero encerrarme en mi propia piel, herméticamente cerrada. 
Observando sombras, sin nombres, ni compromisos. 
Quiero ser un feto en plena creación, sin pasado conciente, sin memoria descuartizante. 
Quiero vivir en un romance eterno con el segundo que se fragua entre respiro y respiro. 

Pero el siguiente segundo ya viene decidido a asesinar al segundo presente, reduciéndolo a "pasado". 
Pariendo un futuro del cual se alimenta y le roba el nombre. 
Este tiempo destructivo viene a generarme un futuro inesperado. 
Y no me deja más regalo que un presente efímero que muere antes de que lo termine de conocer. 

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